jueves, 6 de septiembre de 2012

La teoría de lo absurdo (O como querer querer que me digan blanco cuando soy negro)

 

Un buen día, Doña Catalina pensó que tendría que sacar provecho a lo rico que le salían los picarones. No había persona a quien no le gustaran. Así que decidió aventurarse. Alquilo un pequeño local y abrió su negocio, al que llamo “Los picarones de Doña Catalina”. La demanda fue enorme. En pocos días vio que no se daría abasto para atender a todos sus clientes, así que convoco a sus tres sobrinas para trabajar con ellas. Ahora con cuatro personas igual se seguía pasando apuros, pero ya podía atender a todos sus clientes. El negocio era prospero.

Un buen día, una de sus sobrinas, llamada Carmen, le dijo que le gustaría abrir una sucursal del negocio en su casa. El lugar se seguiría llamando “Los picarones de Doña Catalina”, usaría la misma receta para los picarones y le rendiría cuenta del negocio. “Tía, será tipo una franquicia. Tu eres la dueña de la marca”. Doña Catalina estuvo de acuerdo y así se abrió el 2do local.

Al poco tiempo de abrirse el nuevo local, volvió a tener la misma acogida del primero. Muchos llegaron porque ya conocían de la fama de los picarones de Doña Catalina. Sin embargo, había un problema. Eusebio, el esposo de Carmen, que no quería ni a su tía Catalina ni a nadie de su familia empezó a hacerle problemas a Carmen. No entendía porque tenía que estarle dando cuentas del negocio a su tía. Las discusiones familiares se hicieron mas frecuentes. Las cosas llegaron tan al límite que finalmente el conflicto se volvió entre Doña Catalina y Eusebio. Doña Catalina no quiso hacerse problemas, así que se reunió con ellos y les dijo: “Pueden seguir con su negocio, pueden seguir con mi receta. Pero no pueden seguir usando el nombre”. Eusebio se puso como loco. Carmen no entendía. “Nos esta dejando que sigamos con el negocio, que usemos su receta. Que mas quieres? Es absurdo lo que pides”. Doña Catalina también decía: “Como va a seguir llamándose tu negocio “Los picarones de Doña Catalina” si Catalina no tiene nada que ver en esto?”. Pero Doña Catalina sabía la respuesta. Como usted también la sabe, querido lector.

Otro cuento similar.

Había una vez una Iglesia Católica que pensó que los valores que profesaba deberían ser impartidos en Centros de Formación. Y fundo una primera Universidad Católica. Y luego otra. Y otra. Y muchas. Un sacerdote, peruano, le solicito abrir una franquicia de estos Centros de Formación en Lima. Se le concedió y lo pudo abrir teniendo como local su propia Congregación Religiosa.

Tiempo después, hubo un rector, que no entendía porque la Universidad Católica tenía que rendirle cuentas a la Iglesia Católica. E hizo lío y fastidio, hasta que el conflicto se hizo inmanejable. La Iglesia Católica, como Catalina, le dice: “Pueden seguir con la Universidad, pueden seguir con mi forma de trabajo. Pero no pueden seguir usando mi nombre”. Por supuesto, el rector no quiso. Como Eusebio, se volvió loco. Para que quieres seguir usando el nombre si ya no dependes del Pontífice? (Ergo, no puedes ser pontificia) y no te reconoces como Católico? (Porque no difundes esos valores). Y claro, usted también conoce la respuesta… He aquí la teoría de lo absurdo.