sábado, 27 de noviembre de 2010

La pregunta que un hombre nunca quiere escuchar

 

Podría ser un viernes como tantos, pero es distinto. Es cumpleaños de uno de esos que en ese momento era tu mejor amigo pero hoy ni sabes si esta vivo o no. Así que la llamo y le pido que me acompañe a tan importante cita. A las 9:00 p.m. me recojes- me dice. En mi mente pienso que es más fácil que pase un chancho volando antes de que ella este lista a esa hora. Pero bueno, acepto.

Efectivamente, a las 9:00 p.m. toco el timbre. Abre la puerta su madre. Símbolo inequívoco de que al menos tendré 30 minutos de espera. Me hace pasar a la sala y me invita a sentarme. Silencio total. Deberían enseñarle a todas las mujeres en la escuela que si vas a hacer esperar a tu novio, al menos debes tener en tu sala un televisor con cable, un bebida fría y el periódico del día. Por supuesto, nada de esto había. Luego de contar todos los puntos en el techo, los ladrillos en la pared, los parquets en el suelo y dormir dos siestas, caigo en la cuenta de que van 45 minutos de espera. 45 minutos!!! Esta mujer esta loca. Hacerme esperar tanto. Justo en eso, siento sus pasos en la escalera. Volteo para verla. La veo radiante. Bien maquillada, bien ajustada. El escote moderado y la sonrisa perfecta. Excelente. Nada hace sentir mejor a un hombre que llegar a la fiesta y que todos vean la bonita dama que lo acompaña.

Sin embargo, su rostro es adusto. No hay alegría en sus ojos. En mi cerebro se agolpan las ideas. Quiero preguntarle si le pasa algo. Mi instinto me dice que no lo haga. Que me arrepentiré. Que lo pase por alto. Que ya vamos 45 minutos retrasados. Pero maldición. Mis escrúpulos no me dejan. Casi me abren la boca. Así que le pregunto: Que te pasa, chiquita? Anhelo que me diga: “Nada. Vámonos”. Pero dentro de mi se que no será así.

Su respuesta me deja frío. Me hace sentar en el sillón, de golpe. Todos me habían advertido de este momento: Mis compañeros de colegio, mis amigos del trabajo, los de la Academia, los de la Universidad. Todos! Pero había llegado el momento y yo no estaba listo. Como podía ser posible? El momento que ningún hombre quiere que llegue, había llegado, por fin, para mi. No quedaba mas que enfrentarlo. Respire profundamente y en un intento desesperado por ganar algunos segundos mas, le dije: Que me dijiste? Su respuesta sonó tan atronadora como la primera vez. Aun mas. Ahora era terrorífica. Si, no había lugar para las dudas. Ella había hecho la pregunta que ningún hombre quiere escuchar:

Se me ve gorda?

En mi mente ya no se agolpan los pensamientos. Se atropellan entre si. Por un instante pienso: No, que va. No tomar desayuno al salir de casa, asaltar a la señora que vende los sanguches a media mañana en la oficina, almorzar como preso político, no perdonar el postre de la tarde, llegar a la casa pidiendo lonche en la noche y devorar al menos cinco chocolates diarios no es suficiente para estar gorda. No, mi amor. Pretender seguir usando la misma talla de pantalón y dejar que se te noten moradas las uñas por el asfixiamiento. No, que va. Que tu único ejercicio sea caminar de tu casa a la esquina para tomar el taxi y responder tu celular tampoco es motivo para estar gorda. No! Que va!

Mi instinto amarra mi lengua dentro de mi boca. Casi le hace un nudo. Pero mis escrúpulos (Malditos sean!!!) me dicen que tengo que decir la verdad. Se que me arrepentiré. Lo se. Si lo se… Para que diantres escucho a mis escrúpulos? Sin embargo, en un arrebato de sinceridad, suavizo el golpe todo lo que puedo

Bueno, chiquita. Has subido un poco de peso. Pero ni se nota

De ahí comprendo que no hay forma de suavizar este golpe. Su cara cambia súbitamente. La pena se instala en su mirada. Se lleva la mano derecha a la frente y dice: Tengo que dejar de tomar gaseosa. Yo pienso: Tienes que coserte la boca en todo caso. Saca la mano de su cara, voltea, se ve al espejo y me dice

No se me ve mal, verdad?

La señal de inteligencia de un hombre es que nunca tropieza dos veces con la misma piedra. Respondo inmediatamente, velozmente.

No, mi amor. Se te ve perfecta.

En esos momentos creo que he salvado la noche. Pero no es así. Solo he retrasado el dolor.

Continuara…